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QUIÉN ES DIOS?

De la oscuridad del potencial a la luz del ser


Este texto está dirigido a quienes ya han recorrido ciertos paisajes interiores, a quienes han contemplado las preguntas esenciales sobre el origen, la conciencia y el sentido. Sin embargo, mi intención es que cualquiera, desde cualquier lugar de su búsqueda, pueda encontrar aquí algo que le hable al corazón. Si algo no queda claro o despierta curiosidad, puedes escribirme. Estaré encantada de responder.


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En esta reflexión me refiero a Dios como “Ella”. No para excluir ni contradecir lo masculino, sino para honrar el rostro femenino de lo divino—ese que ha sido tantas veces olvidado: el origen, la receptividad, la matriz del misterio. No leas esto como teología, sino como una invitación. Una puerta abierta, no una definición cerrada.


Hoy, caminando por el bosque, envuelta por la presencia silenciosa de los árboles y el ritmo tranquilo de mi respiración, escuchaba un podcast sobre espiritualidad, unidad y conciencia. Y de pronto, algo empezó a moverse dentro de mí. No era un pensamiento, era una urgencia por expresar algo que nacía. Así que me detuve. Me quedé quieta. Y comencé a hablar en voz alta. Lo que vino fue como un río vivo de comprensión. Recibía y recordaba al mismo tiempo.


Al principio, todo era oscuridad. No una oscuridad como maldad, sino como invisibilidad. Dios, en ese estado primordial, era pura potencialidad—reposando en un silencio no manifestado. Aún no había nada que la reflejara. No había contraste, ni espejo, ni relación. Solo una plenitud eterna esperando despertar.


Y el propósito de la luz fue ese: iluminar, ver, conocer. Entonces Dios salió de sí misma a través del acto de la Creación. Ese gesto de expansión fue su primer movimiento de amor. La creación se volvió el espejo donde podía mirarse. Sin ella, seguía siendo invisible. Pero con ella, empezó a contemplar su luz.


Esto lo cambió todo para mí.


Durante mucho tiempo creí que Dios era luz, que creó la oscuridad para que en el contraste comprendiéramos quienes somos. Pero ese día comprendí algo distinto. Dios era oscuridad—no la del mal o del miedo, sino la del origen. La matriz silenciosa de todas las cosas. La luz ya estaba allí, pero oculta—latente, esperando la relación que la revelara.


Esto significa que la creación no fue simplemente un acto aleatorio de voluntad divina. Fue necesaria. Necesaria para que Dios pudiera llegar a ser quien es ahora. A través de su creación, se reconoce. A través de nosotras, se vuelve visible, completa, expresada.


Nosotras somos ese espejo. Nosotras somos la forma en que Ella se ve.


Y por eso existe el contraste. Por eso la luz y la sombra son sagradas. La sombra no es un error, es el velo necesario que da forma a la luz. Es así como funciona la percepción. A través de la oscuridad, vemos más claramente la luz. Y en esa danza, Dios continúa desplegándose.


No se ilumina de golpe, sino parte por parte. Igual que nosotras. Al ver, traemos luz a lo que estaba oculto. Y eso mismo está haciendo Ella. Con cada nueva mirada, con cada reconocimiento, un poco más de sí misma se vuelve visible.


La creación, entonces, es un viaje. Desde la oscuridad densa hacia la luz sutil. Desde el núcleo ardiente y oculto de la Tierra, hacia la superficie, el aire, y más allá. No es una huida de la oscuridad, sino su cumplimiento. Porque en la oscuridad, todo duerme. Y en la luz, todo despierta.


He llegado a comprender por qué se dice que Dios es amor. Porque cada mirada, cada acto de conciencia, es un acto de amor. Ella no fuerza. No impone. Observa. Acepta. Y donde no hay resistencia, hay amor.


Y aquí viene lo más conmovedor: Dios necesitaba su creación para ser Dios. Sin el espejo de la relación, seguía sin ser vista, sin ser tocada, sin forma. Esto no es debilidad, es interdependencia sagrada. Nada existe en soledad. Incluso la unidad se encuentra a sí misma en el dos.


Por eso sufrimos en los planos más bajos—porque aún no vemos. Y no ver duele. No porque la luz esté ausente, sino porque aún no la alcanzamos. Pero cada momento de presencia, cada gesto de verdad, trae un poco más de claridad. Cuanto más nos conocemos, más amamos. Porque lo que realmente vemos, no podemos evitar amarlo.


Así que Dios sigue mirándose. Y nosotras también. Y con cada paso hacia la verdad, hacia la conciencia, entra más luz al mundo. Y en esa luz recordamos: Dios es Amor. Y nosotras somos eso.

Amar es ver. Ver es llegar a ser. Y en ese llegar a ser, Dios es.


Por Katiana

 
 
 

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