DÁNDOLE SENTIDO AL DOLOR EMOCIONAL
- Katiana Cordoba

- hace 2 días
- 3 Min. de lectura
La Belleza del Dolor
Hoy, algo raro se desplegó dentro de mí.

Comenzó con una canción—“Je suis malade” de Lara Fabian. Una canción en francés cuyo título significa “Estoy enferma”, pero la enfermedad de la que canta no es física, sino del alma. De un amor que la dejó. De una vida que se rompió cuando él se fue. Y no fue solo el dolor en su voz lo que me conmovió—fue la belleza de ese dolor. Era radiante. Pleno. Vivo.
Y al escucharla, algo profundo se agitó en mí. Recuerdos de mis propios duelos, de amores perdidos, de incertidumbres que duelen. Pero en lugar de doler, brillaban. Podía sentir la resonancia, y podía ver—ver de verdad—cuán hermosa era esa tristeza, cuando se mira desde un lugar más alto.
Recordé una experiencia que viví… una ascensión mística. Subía—más y más—guiada por dos luces: una blanca y una violeta. Comenzaron a girar en espiral, como una elipse que asciende entre dimensiones, hasta que llegué a un lugar de quietud total, de amor total. Estaba con Dios. Pero no como forma o figura. Sino como estado—amor infinito, incondicional, absoluto.
Y desde allí, contemplamos la creación juntos.
Vi el mundo: luz y sombra danzando. Dolor y alegría entretejidos. Y en ese lugar, quedé asombrada. Porque incluso el sufrimiento—especialmente el sufrimiento—era de una belleza sobrecogedora. Era contraste, sí, pero no oposición. Era armonía. Como si la oscuridad ayudara a que la luz brillara más.
Más tarde ese día, vi un documental—Come to See Me in the Good Light, sobre Andrea Gibson, una poeta que enfrenta el cáncer. Una mujer queer enamorada, llena de gracia y humor, enfrentando la muerte con una vulnerabilidad sagrada. Y otra vez lo vi: dolor en la belleza. O quizá—belleza en el dolor. La tristeza no estaba vacía—estaba cargada. Saturada. Viva.
Todo el día caminé con esta comprensión.
Que quizás vinimos aquí—a esta vida, a este cuerpo—para sentir eso. Para experimentar la belleza del sufrimiento. No porque seamos masoquistas. No porque deseamos sufrir. Sino porque en todo el espectro del sentir, nace algo sagrado. Algo que la luz por sí sola no puede dar.
Da miedo decir esto. Admitir que veo belleza en el sufrimiento. Porque, ¿y si vuelve? ¿Y si no puedo sostenerlo con esta misma reverencia? ¿Y si lo idealizo hoy y me desmorono mañana?
Pero no pretendo saber. No pretendo dominar el dolor. Solo… comparto lo que vi hoy. Lo que sentí. Lo que recordé.
Y en ese recordar, pensé en alguien muy querido para mí—alguien que atraviesa un momento difícil. Hay tanta incertidumbre en su camino, y esa incertidumbre puede sentirse como un duelo en silencio. Quiero que esté bien. Quiero que esté a salvo. Y cuesta no temer por su dolor, no sentirlo como propio.
Pero tal vez… tal vez “estar bien” no sea evitar el dolor. Tal vez se trate de coherencia. De estar en sintonía con lo que se presenta.
Hoy sentí eso. A través de una canción, una película, y mi propio corazón. Vi la posibilidad de que el dolor—el dolor verdadero—pueda ser hermoso. No para romantizarlo. Sino para redimirlo. Para darle espacio para cantar.
No sé con quién más podría compartir esto. Este tipo de reflexión… no cabe fácilmente en una conversación cotidiana. No es algo que uno diga al cenar: "Hoy vi a Dios en mi sufrimiento." No es común. No siempre es seguro.
Pero es real.
Así que aquí estoy.
Compartiéndolo contigo.
Porque algo en mí sabe—que para eso vine. Para sentirlo todo. Y tal vez, para ayudar a otros a recordar también.
Que el dolor, visto desde el lugar más elevado, no es lo opuesto a la luz.Es el lente a través del cual la luz se magnifica.
Por Katiana




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