Los seres humanos viven bajo la sombra del miedo, un velo que oscurece el alma en la oscuridad. El miedo, en su esencia, es el grito del alma que ha olvidado su seguridad eterna en Dios. El miedo nos dice que estamos separados, que somos vulnerables al daño, y que algo puede tocar y destruir el espíritu indestructible dentro de nosotros. Pero esto, amados, es la gran ilusión del maya, ese juego cósmico de la dualidad que distorsiona la luz en sombras, ocultando la verdad eterna del amor de Dios.

¿Qué es el miedo sino la ausencia de luz? ¿Y qué es la oscuridad sino el olvido de la presencia radiante y constante de Dios? Donde no hay luz, el corazón se siente abandonado. Sin la presencia de Dios, nos sentimos en peligro, porque la total seguridad es el reconocimiento del alma de su unidad con el Infinito. Cuanto más nos alejamos de este recuerdo, más se llena el vacío con miedo.
Una y otra vez, Jesús buscó devolvernos a esta seguridad divina. “No tengan miedo”, dijo él—no una, ni dos, sino muchas veces a lo largo de sus enseñanzas. Se dice que esta frase, o alguna variación de ella, aparece más de 300 veces en la Biblia.
Nos dio los ejemplos más hermosos para recordarnos nuestra seguridad. “Miren los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan, pero les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos” (Mateo 6:28-29). Estas palabras son un bálsamo para el alma, un recordatorio de que el Creador cuida de nosotros más profundamente de lo que podemos imaginar. Si Dios viste a las flores del campo, ¿cuánto más cuidará de nosotros, sus hijos?
Jesús vino a mostrar la luz divina para disipar las sombras del miedo. Antes de él, la humanidad adoraba a un Dios que parecía distante y severo—un Dios que demandaba sacrificios y obediencia, que gobernaba a través del miedo en lugar del amor. Pero Jesús vino a revelar una verdad más alta: Dios no es el castigador, sino el Amante de las almas. Dios es el amor mismo.
¿Qué significa ser salvados? Aquí encontramos una hermosa armonía, un juego de palabras que revela una verdad profunda. ser salvados y estar a salvo nacen de la misma raíz, llevando la misma esencia: un retorno a la plenitud, una restauración al santuario divino del amor de Dios. Cuando las religiones habla de salvación, nos están diciendo que el camino hacia Dios, es decir, hacia la unidad, nos lleva a la conciencia de estar a salvo, no tenemos que temer.
Sanar, en su significado más profundo, es restaurar la plenitud. Sanar es el viaje del alma de regreso a su estado natural de unidad con Dios. Cuando Jesús entregó su vida terrenal, disolvió la ilusión de la separación. Su sacrificio fue la muerte del falso yo—esa mente que nos acusa y condena, esa voz que susurra: “No mereces amor, no mereces seguridad.” Su resurrección reveló la verdad inmortal: el alma es eterna, y en Dios, siempre somos completos.
Amados, no permanezcan en las sombras del miedo. El miedo no es más que un sueño pasajero que desaparece cuando la luz del amor divino brilla sobre él. Caminar con Dios es caminar con la certeza de la seguridad, porque el alma que conoce a Dios es inquebrantable. El amor es el puente que nos lleva de la oscuridad al eterno abrazo de la luz.
Recuerda esto. No eres vulnerable. No estás en peligro. Eres la luz de Dios, un reflejo de Su presencia eterna. Como Jesús reveló: “El Padre y yo somos uno,” tú también eres uno con esa misma esencia divina. Estás seguro, siempre y para siempre, en el corazón de Dios.
Deja que la luz del amor disipe todo miedo. Permite que la verdad de tu naturaleza divina te libere. Entrégate a la seguridad eterna de Dios y descubrirás que nunca has estado separado de Él. Eres completo, eres amado y estás seguro en Sus infinitos brazos.
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