top of page
Buscar

Qué signfica estar "iluminado"?

Foto del escritor: Katiana CordobaKatiana Cordoba

Actualizado: 3 mar

Muchos buscadores espirituales se hacen la pregunta: ¿He alcanzado la iluminación? Buscan, preguntándose si están cerca, si están lejos, si alguna vez llegarán. Otros están convencidos de que ya son iluminados, pero aún se encuentran atrapados en el sufrimiento. Algunos van y vienen entre ambos estados: un día se sienten despiertos, al día siguiente no están tan seguros. ¿Estoy iluminado? se preguntan. O afirman con certeza, Sí, lo estoy—solo para volver a dudar cuando la vida los desafía.

Entonces, ¿qué es la iluminación? ¿Es un momento de realización? ¿Un cambio repentino? ¿Un estado permanente? Muchos esperan ese gran evento, esa epifanía, ese instante de claridad, una revelación tan profunda que los transformará para siempre. Y, a veces, esos momentos ocurren. De repente, una verdad se revela. Un velo se levanta. La mente se aquieta y todo se ilumina. Y en ese instante, sienten: Ah, estoy iluminado.



Pero, ¿y después?


¿Significa que después de ese momento ya no hay más? ¿Que uno ha “llegado” y nunca más se perderá? Muchos lo suponen. Creen que la iluminación es un destino final, una llegada definitiva a la luz pura, más allá de toda experiencia humana. Pero la verdad es que la iluminación no es un punto fijo. No es un estado que, una vez alcanzado, permanece inmutable, ajeno al tiempo y a la vida. No es un fin.


La iluminación es un camino. Un despliegue continuo. Un viaje en el que la luz se revela, una y otra vez.


La mente anhela certeza, una llegada. Pero el alma sabe que el camino mismo es el destino. La luz que buscamos no es una estrella lejana; es la iluminación de nuestro propio ser, haciéndose cada vez más brillante a medida que avanzamos. No estamos destinados a llegar, sino a descubrir.


Y aquí está la clave: incluso la idea de "convertirse" encierra una sutil ilusión. Porque la iluminación no se trata de adquirir algo nuevo. Se trata de descubrir lo que siempre ha estado allí.


La propia palabra descubrir revela la verdad: des-cubrir, quitar la cubierta, desvelar lo que siempre ha estado presente pero no veíamos. La iluminación no consiste en encontrar algo fuera de nosotros. Se trata de ver lo que ha estado oculto bajo capas de ilusión, condicionamientos y patrones inconscientes. Por eso, a menudo se la llama un despertar—porque abrimos los ojos y nos damos cuenta de que lo que buscábamos nunca estuvo separado de nosotros.


Donde antes había oscuridad, ahora hay luz, y con esa luz, vemos. Y al ver, reconocemos que siempre hemos sido lo que intentábamos encontrar. Aquello que buscábamos estaba dentro de nosotros desde el principio. La búsqueda nunca fue por algo nuevo, sino por la claridad de reconocer lo que ya estaba allí.


Y sin embargo, este proceso de vernos a nosotros mismos, de iluminar nuestras sombras, de observar nuestros filtros, no es siempre fácil. Algunas enseñanzas espirituales pueden dar la impresión de que la iluminación es solo cuestión de abrir los ojos y observar sin esfuerzo. Pero para la mayoría de las personas, este camino requiere valentía, intención y esfuerzo.


Porque si bien en su esencia la iluminación no es algo que se logre, el proceso de llegar a verla claramente implica enfrentarse a lo que hemos estado evitando. Se requiere un acto de voluntad para detenerse, para mirarse con honestidad, para dejar de escapar. Es más fácil seguir en la inercia, seguir creyendo las historias que nos contamos, seguir justificando nuestros miedos y nuestras resistencias.


La paradoja es que, aunque el camino de la iluminación nos lleva a un estado sin esfuerzo, el proceso inicial muchas veces sí lo requiere. No porque la verdad esté lejos, sino porque nos hemos acostumbrado a no verla. No porque la paz no sea nuestra naturaleza, sino porque nos hemos identificado con el conflicto. No porque el amor no esté en nosotros, sino porque las capas de miedo lo han cubierto.


Y a veces, el mayor obstáculo en este camino no es la oscuridad en sí, sino nuestra resistencia a mirarla. Hay momentos en los que el camino no solo nos enfrenta a nuestras sombras, sino que la resistencia misma es el camino. Porque observar nuestra resistencia es parte del despertar. Darnos cuenta de cuánto nos aferramos a nuestras creencias, a nuestras emociones, a nuestras viejas historias, es el inicio del proceso de sanación.


Porque la verdad más profunda de la iluminación no es solo que somos luz, sino que siempre lo hemos sido. Es un camino de auto-realización, de recordar nuestra verdadera naturaleza. Y en esa realización, descubrimos algo aún más profundo:


Siempre hemos estado a salvo. Siempre hemos sido completos. Siempre hemos sido uno con Dios.

La iluminación no es solo un reconocimiento intelectual de esta verdad, sino una experiencia viva de unidad. No es solo ver la luz dentro de nosotros, sino darnos cuenta de que nunca hemos estado separados de ella. Que nunca hemos estado separados del amor, de la paz, de la seguridad, de la eternidad. Que lo que llamamos "salvación" nunca estuvo lejos, porque nunca estuvimos realmente perdidos.


La iluminación es recordar que no hay nada que temer.


Sanar Como el Verdadero Camino al No Apego

Por eso, muchos luchan con el concepto de desapego. Intentan observar sin juzgar, mantenerse neutrales, pero aún no han sanado. Y así, el no apego se convierte en otro esfuerzo, otra meta a alcanzar. Pero el verdadero no apego no es un esfuerzo. Es el resultado natural de un ser sanado.

Una persona que ha sanado no intenta desapegarse. Simplemente es. No hay necesidad de forzar la neutralidad cuando las heridas ya no gritan. No hay necesidad de resistir el apego cuando el dolor inconsciente ya no busca refugio.


Por eso, el camino hacia la iluminación no se trata de esforzarse por alcanzar un estado perfecto, sino de alinear la mente, el corazón y la acción. Cuando estos tres están en armonía, no necesitamos forzar nada. La luz de nuestro ser nos guía. Creamos desde la verdad, no desde la ilusión. Caminamos con fluidez, no con lucha.


Y en esta alineación, descubrimos que la iluminación nunca fue un solo momento, sino un camino—uno que se extiende infinitamente ante nosotros. No la alcanzamos; la vivimos.


Y quizás la parte más hermosa es esta: no tiene por qué ser una lucha. Aunque el proceso de auto-realización requiere trabajo, observación y, a veces, incomodidad, lo que nos espera al otro lado no es esfuerzo, sino gracia. La iluminación no es una carga, sino una liberación.


No se trata de “llegar”. Se trata de recordar, una y otra vez, hasta que no quede nada por olvidar.

Así que camina. Camina el sendero del autoconocimiento. Camina el sendero de la sanación. Y en ese viaje, en cada paso dado con conciencia, descubrirás que la iluminación no es algo que se encuentra al final del camino, sino algo que te conviertes en el transcurso de él.


O mejor dicho, algo que finalmente ves—porque siempre lo has sido.


Katiana

 
 
 

Comments


bottom of page